Las palabras no me alcanzan.

No son pocas las veces que he escuchado “las palabras no me alcanzan”, y sí: por momentos es así. Sin embargo, con el tiempo, el dolor y el sufrimiento emocional pueden mutar. Es precisamente la búsqueda y el hallazgo de palabras que transformen lo indecible en dicho lo que puede permitir que el sufrimiento se …

No son pocas las veces que he escuchado “las palabras no me alcanzan”, y sí: por momentos es así. Sin embargo, con el tiempo, el dolor y el sufrimiento emocional pueden mutar. Es precisamente la búsqueda y el hallazgo de palabras que transformen lo indecible en dicho lo que puede permitir que el sufrimiento se transforme en otra cosa.

En esa búsqueda, incluso enunciar la escasez de palabras o hablar de los obstáculos para la expresión es un buen comienzo. No es infrecuente que, ante la falta de palabras, encontremos imágenes, metáforas, historias, cuentos o canciones que dicen por nosotros aquello que había estado estrangulado en nuestro interior.

Cuando nos topamos con la sorpresa en las artes, en la metáfora de un sueño o en las palabras ajenas, al describir nuestra experiencia interna muchas veces también nos encontramos con cascadas de palabras, con la sensación de apertura de una válvula de escape y con la posibilidad de construir múltiples sentidos para una experiencia, pensamiento o sentimiento antes indecible.

En la catarsis y en la construcción de sentidos se encuentra alivio. No es casual que, desde sus inicios, al psicoanálisis se le haya otorgado el título de “la cura por la palabra”, expresión popularizada a partir del caso de Anna O. (Bertha Pappenheim) tratado por Josef Breuer, quien la llamó también “limpieza de chimenea”; más tarde, Freud y Breuer difundieron esta idea en Estudios sobre la histeria (1895).

Además del sufrimiento emocional que nos sobrepasa y nos deja sin palabras, existen también palabras silenciadas por prohibición moral, culpa, temor a represalias, humillación, prohibición familiar o tabú social. Las palabras silenciadas por múltiples motivos se enredan. Una experiencia, pensamiento o sentimiento al que le otorgamos, consciente o inconscientemente, el carácter de indecible no se queda inmóvil, apacible ni estático dentro de nosotros. No permanece como un solo secreto aislado; por el contrario, en la prohibición de su decir se gesta una conversación interna de lo indecible con otras experiencias, pensamientos o sentimientos que, por asociación contagiosa, se vuelven también indecibles.

El problema, además, se agrava: al no producirse palabras, surgen el aislamiento y la soledad, dificultades para percibir el amor y la aceptación de otros, dificultades de autoconocimiento y dudas sobre la propia valía. Asimismo, aparecen sensaciones físicas de ahogo, congoja, agotamiento emocional y malestares psicosomáticos.

Ese es el quehacer del psicoterapeuta psicoanalítico y del psicoanalista: acompañar en la búsqueda de palabras y en su escucha; encontrar aquello que impide que las palabras se expresen; desenredar, junto con el paciente, lo enredado; y acompañar la creación de un tejido de sentidos de la experiencia interna.

Acude a psicoterapia y encuentra tus palabras.

Cristina Kennington

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